
Dos galerías y un destino: ofrecer desde dos perspectivas distintas las últimas obras de Nico Munuera (1974). De las paredes de
Muchos señalan como relevante el viraje en la obra de Munuera, acostumbrado a la línea horizontal. Un giro que en mi opinión es de 360º; el cambio verdadero es más sutil y no se refiere al alzamiento de las líneas; es más de origen interno.
Las franjas que descienden son un ejercicio visual que parten de un planteamiento sereno, sin mayor pretensión que la de liberar la mente de inoportunos habitantes y acallar las voces que nos dictan la rutina. Igualmente hay que acudir predispuesto a
Ambas exposiciones coinciden en diversos dogmas; la desaparición de cualquier huella de la pincelada, y la impalpable insinuación de texturas dentro de la obra. El dominio técnico de Munuera es manifiesto.
En definitiva, una muestra coherente y completa que exige mucho al espectador. Las obras no van al abordaje ni lanzan destellos con luces de neón; el visitante ha de esforzarse para invadir un territorio ilusorio. Yo, que cuando visité las galerías andaba con la cabeza a pájaros, me aburrí como una ostra gallega.
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