ESCULTURA – EVARISTO BELLOTI



Descalzo, los pies desnudos sienten el frío mármol de Macael. Unas incisiones recién nacidas en las blancas losas cosquillean mis dedos que se acostumbran a la temperatura. Las muescas se convierten en hondos surcos de formas ovaladas habitadas de agua. Charcos de interior. Como un niño chapoteo sobre las estelas de piedra con cuidado, algunas “cojean”. Sobre el pavimento averiguo el reflejo del exterior, me sitúa: estoy dentro. En el interior de un palacio abandonado, como el visitante de unas ruinas. Me alarma el tintineo de lágrimas de lluvia sobre el cristal del antiguo invernadero: me explico a mi mismo cómo puede estar el piso húmedo si no hay goteras: el agua cae desde debajo del suelo, brota de una alfaguara subterránea. Las nubes cuajan sobre la jaula de pájaros mientras investigo la matemática del oleaje que guía mis pasos. Alguien abre una puerta, abandono mis inquisiciones y salgo volando sobre el Parque del Retiro.
Seco mis pies en un acto que tiene algo de sacramento mientras repaso las anotaciones; la reminiscencia de la decoración estrigilada de los sarcófagos romanos no es azarosa. El mar pétreo instalado ad-hoc para el Palacio de Cristal no es un paisaje natural erosionado por los siglos: es obra de Evaristo Belloti, un arqueólogo de la poesía que talla imposibles; congelar el paso del tiempo. La huella del mediterráneo natal (gaditano) y el poso de la cultura clásica son tics inconscientes que gobiernan sus manos. Recoge de la costa los restos del naufragio de las mil civilizaciones que navegaron el mare nostrum.
Cuando uno intenta explicar la instalación se siente como el que desvela los trucos de un mago. No son más que unas acanaladuras, que en una secuencia preescrita se reproducen en unas placas de mármol con distintos diámetros y relieves. La obra propuesta por Belloti es sencilla pero eficaz. Porqué no llamarla simplemente escultura.
El Palacio de Cristal ya no es ese edificio escondido que sorprende a los turistas que “de paso”, ven algo de arte conceptual, sino una invitación diferente de arte contemporáneo, con obras que se benefician del entorno ofreciendo una experiencia sensorial, que piden a susurros ser invadidas no en bandadas; sino en soledad.

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